La escuela que queremos ha de ser una escuela… Segunda parte
6. Con docentes formados e identificados con su profesión. Dispuestos al trabajo cooperativo y estimulados para la innovación y la investigación.
Para construir la escuela que queremos necesitamos docentes con una alta vocación y preparación. La mejora de la educación sólo es posible si se eleva significativamente la cualificación y valoración social de esta profesión, pues promover en todos los estudiantes verdaderos aprendizajes de calidad es una tarea compleja. >A ser un buen docente no se aprende memorizando teorías sin conexión con la realidad escolar, ni repitiendo formas de actuación basadas exclusivamente en la tradición, sino desarrollando un conocimiento práctico riguroso que sirva para tomar decisiones fundamentadas sobre para qué enseñar, qué enseñar, con qué metodología actuar y de qué manera evaluar.
Se requieren, por tanto, docentes que sepan orientar la construcción individual y colectiva de conocimientos, procedimientos y valores, que enseñen a los estudiantes a aprender a aprender y que les animen a tener sus propias opiniones y a confrontarlas críticamente con otras fuentes de información para mejorarlas.
En una profesión de trascendencia social como ésta, los profesionales deben estar capacitados para el trabajo cooperativo entre ellos, con las familias, con los estudiantes y con entidades sociales del entorno. Por tanto, los docentes deben estar impregnados de la cultura de la investigación y la innovación en torno a proyectos y redes de intercambio profesional.
Todo lo anterior implica cambios coherentes en la formación inicial, que faciliten que la universidad no viva al margen de las escuelas y que entre ambas instituciones se abra un trasvase horizontal de conocimientos profesionales. Asimismo, son necesarios cambios en la formación permanente y en los diversos procesos administrativos, como los de selección del profesorado, de elección de destino, la carrera docente o la estructura laboral del puesto de trabajo.
7. Con una ratio razonable y con momentos para diseñar, evaluar, formarse e investigar.
Si se desea una transformación profunda de la educación es indispensable trabajar con una ratio profesor/alumnado razonable. Ello implica una bajada de la misma con respecto a la situación actual, que conduce a muchos docentes a dedicarse a la mera impartición rutinaria y transmisiva de sus clases. En ese sentido, no se pueden utilizar medias engañosas a escala nacional o regional, pues hay situaciones muy diferentes en los núcleos urbanos y rurales que hay que atender si se quieren favorecer procesos de aprendizaje realmente significativos.
De igual manera, hay que modificar los tiempos de trabajo para que el profesorado desarrolle en su horario, y de manera cooperativa, funciones indispensables como preparar materiales didácticos, valorar sus actuaciones docentes, tutorizar al alumnado, mantener un contacto frecuente con las familias y atender a su propia formación.
En este sentido, sería de gran interés poder disponer de profesorado ayudante y en prácticas que, al tiempo que se forma junto a profesores más expertos, colaboran en las aulas atendiendo a las diferentes necesidades educativas y favoreciendo el aprendizaje de calidad que reivindicamos.
8. Con un ambiente acogedor, donde los tiempos, espacios y mobiliarios estimulen y respeten las necesidades de los menores.
La escuela, desde su creación, ha sido con frecuencia un espacio de disciplina y sumisión. Paradójicamente, este contexto entra en conflicto con los propósitos declarados del currículum, que dicen promover la autonomía, la cooperación y la construcción de la ciudadanía. Además, la historia de las reformas educativas nos muestra que la mera modificación del currículum oficial, no garantiza por sí misma un cambio educativo real, quedando marginados otros factores como el ambiente escolar.
En ese sentido, reclamamos una arquitectura escolar acorde con los propósitos educativos. Una arquitectura abierta, que, frente al modelo habitual de centro repetitivo, cerrado y desproporcionado, disponga de lugares originales y acogedores; espacios abiertos al entorno y con una escala adecuada. Una escuela con espacios más humanos que puedan ser sentidos como “su lugar” por los miembros de la comunidad educativa. Con sillas y mesas que permitan tanto tareas individuales como de grupos; rincones agradables que faciliten la charla, el debate y la interacción social; mobiliario para que los escolares puedan guardar sus pertenencias, talleres, laboratorios y espacios múltiples…
De la misma manera, la vida en los centros no debería ser prisionera de los rígidos horarios que la tradición escolar ha consolidado, que coartan las iniciativas de los miembros de la comunidad escolar y dificultan los proceso de aprendizaje, imponiendo una rigidez y una fragmentación contrarias a cualquier actividad de construcción del conocimiento.
Una escuela, en suma, con módulos horarios amplios y flexibles que permitan el desarrollo de actividades educativas en espacios más humanos.
9. Cogestionada con autonomía por toda la comunidad educativa y comprometida con el medio local y global.
Queremos una escuela en la que nuestros alumnos y alumnas vivan la democracia en el día a día; donde puedan opinar sobre las cosas que les afectan, donde puedan tomar decisiones junto con sus compañeros y el resto de la comunidad educativa, implicándose en la vida escolar y aprendiendo a debatir, argumentar y pensar cómo querrían que fueran las cosas y a luchar por conseguirlo. Si los estudiantes viven su centro como algo propio, que depende de sus actos y decisiones, lo cuidarán con cariño y no serán necesarias tantas normas restrictivas y prohibiciones.
Queremos una escuela participativa y cogestionada entre todos, porque alumnado y familias pueden tener opiniones muy válidas sobre el proceso de enseñanza y aprendizaje y sobre el funcionamiento escolar que pueden ayudarnos a mejorar. Se trata de crear un entorno en el que se favorezca el entendimiento mutuo y la cooperación, donde la participación no se viva como una intromisión o una amenaza, sino como algo valioso y enriquecedor.
Queremos una escuela abierta y comprometida con los problemas del entorno, porque la tarea de educar es muy amplia y compleja y la escuela no puede afrontarla en solitario, sino cooperando con la sociedad.
10. Auténticamente pública y laica. Con un marco legal mínimo basado en grandes finalidades y obtenido por un amplio consenso político y social
La escuela que necesitamos es un derecho de toda la ciudadanía, especialmente de niños, niñas y adolescentes, que no admite privilegios ni exclusiones. El estado debe garantizar ese derecho a todos los menores a través de una red pública y gratuita de centros educativos de calidad.
La propiedad estatal de los centros educativos es condición necesaria pero no suficiente para que este objetivo se cumpla. La concepción pública de la escuela implica el cumplimiento de otros requisitos imprescindibles: laicidad, democracia y calidad.
La escuela que queremos ha de ser laica, lo que implica un profundo respeto a todas las creencias religiosas y morales que sean consecuentes con la declaración universal de los derechos humanos y de los derechos de niños y niñas. La escuela no es un lugar de adoctrinamiento sino de formación de ciudadanos y ciudadanas libres, autónomos, críticos y comprometidos.
Como se ha dicho, la escuela ha de ser profundamente democrática, en su funcionamiento y en sus principios. La participación deseada y promovida, el diálogo basado en argumentos, la construcción colectiva de conocimientos, ,normas y formas de actuación y la lucha contra el poder arbitrario, la injusticia y cualquier forma de abuso o exclusión han de ser los referentes culturales de la institución y del sistema educativo.
La calidad que queremos no se basa en la obsesión normativa y en el control tecnocrático. Calidad y profesionalidad rigurosa y comprometida son las dos caras de la misma moneda. La dignificación profesional y social del profesorado es la que puede garantizar, como en otros ámbitos, el rigor, la responsabilidad y el compromiso de sus miembros para el desarrollo de una escuela innovadora y congruente con los avances de la investigación educativa más valiosa. Por tanto, la sociedad ha de establecer un amplio consenso sobre los grandes fines y principios de la escuela deseable y depositar en los docentes y en la comunidad educativa la confianza que permita desarrollarlos de manera autónoma, flexible y responsable, dando cuenta de sus logros y dificultades por procedimientos de evaluación democráticos y formativos.
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