El libro de texto y el texto de los libros
Lejos ya de la campaña anual de compra y venta del libro de texto escolar, desde el Foro por Otra Escuela queremos aportar algunas reflexiones críticas sobre este “material escolar por excelencia”.
¿Cuál es el sentido educativo de que todos los estudiantes de una misma clase trabajen sólo un texto y todos el mismo? Frente a una sociedad cada vez más compleja; frente a los graves problemas locales y globales a los que se enfrenta nuestro mundo; frente a la necesidad de formar ciudadanos y ciudadanas activos, con criterio, participativos, etc.; frente al acceso ilimitado a todo tipo de información a través de Internet, ¿no se está actuando como si el texto de los libros fuera la copia exacta de verdades únicas e inmutables, olvidando que son versiones de autores concretos, a veces plagadas de errores, cuando no de sesgos ideológicos interesados, acerca de conocimientos nunca definitivos y acabados? (compárense, por ejemplo, los libros de Historia de las diferentes comunidades autónomas).
No es más educativo y económico crear “bibliotecas de aula” -como se ha venido haciendo desde los sectores innovadores de la educación- que incluyan una razonable diversidad de materiales escritos, audiovisuales e informáticos? Frente a la cultura infantil y juvenil actual basada en el manejo de mucha información, de manera rápida y con poca profundidad; frente al incremento de la información disponible en todas las áreas del saber y de la actividad humana;
frente a la aparición de formatos no impresos por donde circula todo tipo de información; frente a la idea tantas veces expresada de que no es lo mismo conocimiento que información y de que -añadimos aquí- tampoco es lo mismo retener información que construir conocimiento, ¿no es mucho más coherente que en las aulas se aborden problemáticas y asuntos relevantes para nuestro mundo, contando para ello con una razonable diversidad de materiales didácticos de apoyo? Y, al acercarse a dichas problemáticas, ¿no es mucho más consistente que los estudiantes desarrollen su conocimiento contrastando puntos de vista diversos, comparando argumentos y elaborando los propios?
¿No es más profesional que los docentes vayan siendo progresivamente los responsables de decidir qué deben enseñar en sus clases, sin delegar estas decisiones en el libro de texto? Frente a la evidencia de que los estudiantes de un aula son diversos en relación a sus experiencias, conocimientos, necesidades y culturas; frente a la evidencia de que esto es también aplicable a la comparación entre aulas y centros diferentes;
frente a las aportaciones de la investigación educativa en el sentido de que para saber qué enseñar y a qué nivel es imprescindible diagnosticar con rigor el desarrollo, las ideas y las experiencias de partida de los estudiantes; frente a todo esto, ¿no es necesario que los docentes se capaciten para decidir qué enseñar en sus clases, a la luz, eso sí, de unos auténticos “fines educativos comunes”, fruto de un amplio consenso político y social? Es decir, al estar, de hecho, los contenidos escolares en manos de las empresas editoriales y de sus equipos de autores, desconocedores de cada clase, de cada contexto, ¿no se está actuando bajo el influjo de una idea errónea según la cual todos los estudiantes de un mismo nivel educativo necesitan la misma información, parten del mismo punto, tienen las mismas experiencias previas y presentan las mismas dificultades de aprendizaje?
Por último, y ante la alternativa supuestamente “progresista” de que los libros de texto sean gratuitos, ¿no es más razonable, y seguramente más económico, que la administración financie regularmente la compra de materiales didácticos de aula a que subvencione directamente los libros de texto?, ¿no debería plantearse, al menos, un sistema de subvención que permita expresa y claramente que los docentes puedan elegir la opción que consideran más adecuada para su clase?
Frente a la posibilidad, rica y creativa, de que padres, madres y estudiantes colaboren con los docentes en la elección de los materiales escolares, sintiéndose así co-partícipes y co-responsables, como ha venido ocurriendo en bastantes casos de “buenas prácticas pedagógicas”; frente a las diversas variantes existentes: reutilización de libros de texto, compras de libros de texto de diversas editoriales, diccionarios, incorporación de libros infantiles y juveniles de calidad, CD y DVD de todo tipo, enciclopedias electrónicas, páginas webs educativas, libros para la propia formación del profesorado, materiales experimentados y editados por los propios docentes, etc.,
¿es adecuado fortalecer desde la propia administración educativa la tradición escolar del libro de texto, difícil de justificar a estas alturas de la evolución social?, ¿no se incurre con ello en contradicciones desconcertantes cuando en los fines de la escuela se defiende el desarrollo crítico de los estudiantes y el impulso a los valores ciudadanos y democráticos, valores que compartimos, y, sin embargo, se potencia un recurso como el libro de texto basado en una idea absoluta y homogénea del conocimiento?
Rafael Porlán. Profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla y miembro del Foro por Otra Escuela.