"Universidad y formación docente"


rporlan - Posted on 08 June 2010

Columna de Rafael Porlán, coordinador de la campaña de difusión del Manifiesto Pedagógico No es Verdad, publicada en la revista Cuadernos de Pedagogía nº 402

Promover activamente que otras personas crezcan. Eso es lo esencial para ser docente. Participar en primera línea, y con criterio, en el enriquecimiento humano. Crear las condiciones para que madure la autenticidad, la inteligencia, el compromiso, la sensibilidad, la conciencia...el auténtico conocimiento. Vivir en directo la condición humana y trabajar por su versión liberadora. Para eso merece la pena ser formado como docente.

Sin embargo, ¡qué tremenda decepción, qué contraste tan brutal! Lo digo alto y claro: la Universidad, mi institución, está profundamente lastrada para formar buenos docentes. Se me llena la mano de duras palabras para explicarlo: miseria, mediocridad, cobardía, ignorancia y prepotencia.

En las recientes reformas de la formación inicial del profesorado de primaria y secundaria estos son valores académicos (?) que han estado muy presentes.

Miseria
de muchos por ganar trozos de “tarta curricular”, sin interés alguno por el perfil humano y profesional del futuro docente.

Mediocridad de tantos por aferrarse a viejos y obsoletos conocimientos encapsulados de por vida, sin preocupación alguna por la dinámica del mundo, de la sociedad y de la escuela.

Cobardía
de otros que sabiendo lo que ocurre, y su importancia, esconden la cabeza en el ala del conformismo y se tapan la conciencia con la patética mueca de la no beligerancia y la neutralidad.

Ignorancia
de la mayoría que siguen pensando que para enseñar sólo basta con saber el contenido. El contenido, claro, de la parte de la parte de la disciplina que ellos transmiten sin importarles el todo completo de la profesión docente que dicen promover.

Prepotencia de aquellos que desprecian el conocimiento pedagógico, psicológico y didáctico, negándoles la misma presunción de rigor y de valor académico que le dan, con frecuencia de manera exagerada y acrítica, a cualquier otro. Dejando en evidencia, así, sus vergüenzas docentes, ya que para protegerlas, abandonan descaradamente el discurso científicamente grandilocuente que aplican a su propia disciplina y se entregan, sin pudor, a los lugares comunes más simples sobre la docencia, la enseñanza y la educación.

Columna muy dura. Lo sé. Hablo de mis vivencias diarias. Nada fáciles. Con frecuencia hostiles.

¿Para cuándo una autocrítica de la razón universitaria? La institución lo necesita y la escuela también.
 

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